Siempre soñó que mis labios sabían a mar. Lo sé porque a sus
ojos era una sirena cantarina que le empujaba a un eterno naufragio. Nunca me
lo dijo así, pero solo había que leer
los nudos de su pecho y el ahogo de sus palabras. Como su saliva aliñada
con lágrimas hipotecaba la dulzura de cualquier beso, disimulábamos oteando el
cielo para descifrar señales de luz y buscar estrellas que nos revelaran alguna
senda celeste que pudiéramos recorrer juntos sin amargura. O escrutábamos el
océano, por si la plata de los peces
perfilaba para nosotros una ruta salada entre las olas.
Era ley de vida que algún día cambiara la manera de mirarnos.
Pero entretanto, nos empeñábamos en devorar cada minuto,
cada partícula de sol, cada eco de voz, cada armonía de pensamiento, cada roce
fortuito, cada sombra entrelazada, jugando
a construir un mundo furtivo y efímero que nos acogiera. Y sin percatarnos, ese transcurrir intenso del tiempo, en oleadas
de felicidad minúscula, fue la época más hermosa que vivimos.
Cuando el aire a nuestro alrededor dejó de reverberar, conservamos
las manos unidas: teníamos los corazones repletos de ilusión y la mirada madura
de los que sobreviven al amor.
Relato presentado a la séptima convocatoria de Esta Noche te Cuento 2019, inspirada en el color azul (https://estanochetecuento.com/02-maniobras-de-distraccion/ )
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