Había una
vez un lápiz y una hoja virgen, abierta a cualquier pensamiento.
Había una
vez un hombre taciturno. Había hebras grises colgando de su abrigo, había
desgarros en su alma. Un sombrero abollado, un bastón, un ceño fruncido, un
rostro frágil, recuerdos tristes, botellas vacías, un corazón hueco, sueños
desesperados.
Había una
vez una mujer alegre. Había flores coloridas en sus vestidos, había risas a su
alrededor. Un gato feliz, una sombrilla, una piel lozana, unos huesos grandes, anécdotas
bonitas, cestas de frutas, una boca sonriente, ilusiones contagiosas.
Había un
cóctel vital alegre y taciturno, de hebras coloridas y flores grises, de risas
desgarradas, de almas alrededor, de sombrero feliz, de gato abollado, de bastón
bonito y sombrilla triste, de ceño lozano y piel fruncida, de rostro grande y
huesos frágiles, de botellas de recuerdos de frutas y cestas de anécdotas
vacías, de corazón sonriente, de boca hueca, de ilusiones desesperadas y sueños
contagiosos.
Había inicios
interesantes. Había nudos extraños. Había enlaces y desenlaces. Y un fin
infinito. Había una vez una historia sin historia. Había palabras, pero no
frases. Había sustantivos y adjetivos, pero un solo verbo.
Había mentes
de imaginación poderosa que no necesitaban más.
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