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lunes, 12 de diciembre de 2016

Despojos



Adeptos para la causa
El otro, hombre o mujer, siempre muerto de miedo, terminaba por cometer un error en la huida. Al toro sólo le restaba acorralarlo contra una encina o contra el suelo mirándole fijamente, exhibiendo sus cuernos afilados y sus más de quinientos kilos para rematar la faena: lamerle el rostro como un perrito y darse la vuelta para irse con dignidad, demostrando una vez más cuál era la verdadera diferencia entre ellos. Invariablemente, a todos se les abrían los ojos.

La paradoja de Catrina
El otro, hombre o mujer, siempre muerto: yo, a mi pesar, siempre viva. Así acaba cada encuentro, cada duelo, cada enfrentamiento. No hay manera. Da igual que vaya a pecho descubierto, desarmada, que no mueva ni un hueso o que me ponga en la trayectoria de su pistola, su vehículo, su enfermedad o su mirada. En cuanto me ven, se les para el corazón, dejan de respirar y abandonan este mundo. Estoy harta de no tener amigos, de estar tan sola, de infundir terror: yo solo quiero morirme, como los demás.

Mentes simples
“El otro, hombre o mujer, siempre muerto de envidia, cae en la actitud pueril de criticar sin piedad mientras trata, inconscientemente y con desesperación, de imitar sus gestos, sus actos o su modo de ser. La admiración mesurada no existe para ellos: consideran enemigo a cualquiera que pueda hacer que sus vidas parezcan más vulgares y tristes, aún, de lo que son.”
Empezó a cocinarse la demostración de su teoría con el hervor de murmullos indignados. El primer tomate sobre su traje perfecto la corroboró. Desconcertados por la sonrisa irónica que mostró al auditorio, muchos empezaron también a sonreír sin saber muy bien por qué.


  Relatos presentados a la semana 11 de la X Edición de Relatos en Cadena.  (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )