.

.

lunes, 6 de febrero de 2017

Despojos



Adolescencia programada
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca despegó y salió por la ventana dejando tras de sí una nube de vapor rosado.
Miró arrebolada la foto de Pablo. Se puso unas medias negras, el vestido corto de su hermana y relleno en el sujetador. Esta vez la misión tendría éxito.

Imitación
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca estaba abarrotado de herramientas, para que pudiera forzar la cerradura y escapar. Ella no era como su padre.

Deducciones
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca era mágico. Una vez había salido una señora vestida de enfermera que le dio caramelos para que no gritara. Otro día había dentro un hombre que parecía Superman y saltó por la ventana. Así que se sentó a esperar que Mariflor volviera de entre las perchas transformada en una niña de carne y hueso que quisiera jugar con ella.

Pecados y pecados
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca hinchable se abrió de repente, dejando asomar una pierna enfundada  en media negra con liguero, justo en el momento que entraba su madre. Aprovechó el grito y la confusión para dar una patada a la puerta, pero aquella mirada de reprobación fue demasiado para él y estuvo a punto de llorar de vergüenza hasta que se percató, aliviado, de que su madre solo creía que era un cadáver.

El plan
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca tenía un agujero para que respirara, así que aguantaría unos días sin morirse: justo el tiempo que necesitaba para convencer a sus padres de que Ringo se la había comido y que le compraran otra.

Sexismo
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca parecía un monstruo, con aquellos tiradores malvados en vez de ojos y una llave antigua haciendo de nariz.
―¡Si no te la tragas, escúpela! ―le retó la niña con los puños cerrados. Pero la boca no volvió a abrirse y nada sucedió.
Satisfecha, corrió a la habitación de su hermano a jugar con los camiones.

Crimen imperfecto
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca y la mesilla en la que había escondido las tijeras estaban en habitaciones diferentes. Pensó que eso bastaría para que no relacionaran una cosa con la otra. Pero su madre era una buena detective y, cuando encontró la trenza de lana y los botones de los ojos en la papelera, enseguida dedujo lo que había pasado.
 
Fetichismo
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca estaba lleno de zapatos que nunca había visto en los pies de su madre. Por un momento pensó que se había equivocado de casa, de habitación, o de planeta. Quizá no fuera un armario sino una fábrica camuflada. Volvió a abrirlo con cuidado y se fijó en unos rojos de tacón. Sintió el impulso de probárselos. Lo mismo hizo con los amarillos y las sandalias doradas, aunque le quedaran enormes. Estaba subida a unos azules de vértigo cuando su padre abrió la puerta y la miró con una cara extraña. Desde ese día, olvidó para siempre a la muñeca prisionera.

Voces
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca tenía llave. Le dio dos vueltas, la extrajo, bajó corriendo las escaleras, cogió su bicicleta y pedaleó hasta el pozo de la fábrica abandonada. Temblando, abrió la tapa y tiró aquel trozo de bronce hasta que escuchó un ¡plof! lejano.
Se sentó junto al brocal con el corazón acelerado y el cosquilleo del miedo aún en su piel. Después volvió a su casa despacio, tratando de convencerse de que todo había sido un sueño. Pero cuando abrió la puerta y vio el rastro de sangre en el pasillo, lo recordó todo y supo que se había equivocado de culpable.

El orfanato
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca olía a limón y canela, como las manos de su abuela cuando cocinaba bizcocho. Un sollozo de nostalgia se le atravesó en el pecho. Deseó que el tiempo volviera atrás, a aquellas tardes soleadas en el patio, a las risas compartidas, al mandil blanco de encaje que siempre enjuagaba sus lágrimas.
La voz autoritaria gritó su número desde el rellano. Se recompuso y preparó la bandeja para el té de la madre superiora. Rezó angustiada para no tropezar en la empinada escalera, como le pasó a Siete.
―Mañana vendré a buscarte ―susurró a su único juguete. Pero nunca pudo hacerlo.

Fashion victim
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca repollo la persiguió por el pasillo, acabó estrellándose contra el taquillón en un estruendo de madera antigua y liberó los más terribles recuerdos de su interior: pantalones de cuadros, chaquetas con hombreras, camisas japonesas, faldas de tubo y aquel sombrero cloché que jamás se había puesto y que voló, rencoroso, hacia su cabeza justo en el momento en el que Javier entraba por la puerta con una rosa roja a pedir su mano.

Recálculo

El armario donde acababa de encerrar a su muñeca era de caoba, la cama, de hierro forjado, la mesilla, de mármol verde. Por la ventana se veía un enorme jardín con estanques, estatuas y un laberinto de boj. Entreabrió la puerta buscando a alguna mucama por el pasillo, pero el silencio en la mansión era impresionante. Se resistió a tocar el timbre para que acudiera el mayordomo: en realidad lo único que necesitaba era hablar. Sentada frente a la coqueta recordó con nostalgia a todos sus hermanos hacinados en la chabola e invocó a su hada madrina dispuesta a reconocer que se había equivocado al formular el deseo.

C'est la vie
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca se estremeció ante tamaña injusticia, pero ella se mantuvo firme. El osito de peluche nuevo había ganado el puesto de favorito sobre su cama.

Tragicomedia

El armario donde acababa de encerrar a su muñeca chirriaba tanto que parecían gritos de protesta y tuvo que taparse los oídos. Cuando todo quedó en silencio oyó el roer de la carcoma e imaginó que la pobre estaba siendo devorada por escarabajos gigantes. Temblando, se llevó la mano al pecho donde su corazón, o quizá aquel famoso gusano de la conciencia del que hablaba su madre, daba golpes furiosos. No pudo más. Abrió de nuevo la puerta y rescató a Teresita, la abrazó y le prometió entre lágrimas, como todos los días, que jamás volvería a abandonarla.

La levedad
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca también se desintegró, como la mesilla, la cama y las cortinas, dejando una marca rectangular de ceniza oscura en el suelo. Quedó la estancia vacía, su corazón sin amarras y su alma liberada de recuerdos. Se preguntó cuánto tardarían en apolillarse sus huesos, en pudrirse su carne y dejar su propia huella en aquel lugar que la había visto nacer y crecer. Y, sobre todo, si alguien recordaría su nombre para intentar hacerla volver del más allá.



Relatos presentados a la semana 17 de la X Edición de Relatos en Cadena.  (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )