Observación pasiva
Cada vez que Cipriano voceaba el nombre de su mujer, le salían murciélagos por la boca. No era
hazaña despreciable, teniendo en cuenta que los bichejos en cuestión se consideran indicadores de ecosistemas sanos y equilibrados. Y sobre la dudosa
salubridad de aquel pozo infecto, que jamás había explorado odontólogo alguno
ni descubierto el cepillo con pasta, creo que todos estábamos de acuerdo.
Mi amigo Pascual había desarrollado una estrambótica teoría de
simbiosis evolutiva exprés para explicar el fenómeno, según la cual, los
pequeños mamíferos alados lograban cobijo y alimento fácil al estar
permanentemente cerca de la nube de moscas que siempre acompañaba al sujeto. A cambio,
él no solo mantenía controlada la población de insectos que zumbaban a su
alrededor, sino que lograba que María, que parecía capaz de escuchar a distancia
los ultrasonidos que producían al revolotear, acudiera corriendo a su
lado para satisfacer cualquiera de sus deseos.
En realidad nos resultaba más difícil abordar y comprender el tema
de la construcción y, sobre todo, del derrumbe de esa pantalla acústica opaca que
periódicamente cubría la puerta y ventanas de la casucha que habitaban: a veces bastaba que
aquella boca terrible murmurase algo parecido a un poema dulce o que el puño traidor la rozara con flores para que se disolviera. Fingíamos no ver el charco rosado de sangre y lágrimas que dejaba al hacerlo, quizá para no tener que especular sobre ello. Aunque, por algún motivo, se acababa convirtiendo en un fango espeso que trababa nuestros pies si intentábamos rodearlo y nos estaba empezando a corroer la conciencia.
http://amanecemetropolis.net/?p=38785
.
viernes, 24 de enero de 2020
jueves, 2 de enero de 2020
El socorrista
Apostaría cualquier cosa a que odiaba bajar a la playa.
Juraría que deseaba introducirse en una caracola de esas que le gustaba recoger
en la orilla, como un cangrejo ermitaño, para, cobijada en el caparazón
laberíntico, desatar a solas su verdadero verano.
La observaba cada día esconderse bajo pareos y toallas, envidiando
las piernas largas y morenas de sus amigas, sus vientres planos, el desparpajo alegre
de sus cuerpos sin complejos. Casi podía escuchar su lucha interna, amarga, salada,
entre lo superficial y lo profundo, entre razón y corazón, entre deseo y
realidad. Palpaba su rabia, su vergüenza y su tristeza. Su fragilidad.
Presentía su necesidad de ser rescatada de la crueldad del
mundo. Y de sí misma.
Pero, sobre todo, era incapaz de no admirar el halo luminoso
que lucía tras la caricia de las olas, su
voz clara, la serenidad de su mirada al impregnarse de mar, la delicadeza de sus
dedos dibujando en la arena, el reflejo del sol en su pelo y aquel excitante aroma
a isla salvaje e inexplorada.
Y, desde mi puesto privilegiado, me preguntaba por qué
aquellos ojos tan bellos no eran capaces de encontrar en el espejo la hermosura
que yo saboreaba.
Relato presentado a la primera convocatoria de Esta Noche te Cuento 2020, inspirada en la belleza (https://estanochetecuento.com/el-socorrista/)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)