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viernes, 24 de enero de 2020

Amanece metrópolis

Observación pasiva


Cada vez que Cipriano voceaba el nombre de su mujer, le salían murciélagos por la boca. No era hazaña despreciable, teniendo en cuenta que los bichejos en cuestión se consideran indicadores de ecosistemas sanos y equilibrados. Y sobre la dudosa salubridad de aquel pozo infecto, que jamás había explorado odontólogo alguno ni descubierto el cepillo con pasta, creo que todos estábamos de acuerdo.
  Mi amigo Pascual había desarrollado una estrambótica teoría de simbiosis evolutiva exprés para explicar el fenómeno, según la cual, los pequeños mamíferos alados lograban cobijo y alimento fácil al estar permanentemente cerca de la nube de moscas que siempre acompañaba al sujeto. A cambio, él no solo mantenía controlada la población de insectos que zumbaban a su alrededor, sino que lograba que María, que parecía capaz de escuchar a distancia los ultrasonidos que  producían  al revolotear, acudiera corriendo a su lado para satisfacer cualquiera de sus deseos.
  En realidad nos resultaba más difícil  abordar y comprender el tema de la construcción y, sobre todo, del derrumbe de esa pantalla acústica opaca que periódicamente cubría la puerta y ventanas de la casucha que habitaban: a veces bastaba que aquella boca terrible murmurase algo parecido a un poema dulce o que el puño traidor la rozara con flores para que se disolviera. Fingíamos no ver el charco rosado de sangre y lágrimas que dejaba al hacerlo, quizá para no tener que especular sobre ello. Aunque, por algún motivo, se acababa convirtiendo en un fango espeso que trababa nuestros pies si intentábamos rodearlo y nos estaba empezando a corroer la conciencia.


http://amanecemetropolis.net/?p=38785

jueves, 2 de enero de 2020

El socorrista


   Apostaría cualquier cosa a que odiaba bajar a la playa. Juraría que deseaba introducirse en una caracola de esas que le gustaba recoger en la orilla, como un cangrejo ermitaño, para, cobijada en el caparazón laberíntico, desatar a solas su verdadero verano. 
   La observaba cada día esconderse bajo pareos y toallas, envidiando las piernas largas y morenas de sus amigas, sus vientres planos, el desparpajo alegre  de sus cuerpos sin complejos.  Casi podía escuchar su lucha interna, amarga, salada, entre lo superficial y lo profundo, entre razón y corazón, entre deseo y realidad. Palpaba su rabia, su vergüenza y su tristeza. Su fragilidad.
   Presentía su necesidad de ser rescatada de la crueldad del mundo. Y de sí misma.
   Pero, sobre todo, era incapaz de no admirar el halo luminoso que lucía tras  la caricia de las olas, su voz clara, la serenidad de su mirada al impregnarse de mar, la delicadeza de sus dedos dibujando en la arena, el reflejo del sol en su pelo y aquel excitante aroma a isla salvaje e inexplorada.
   Y, desde mi puesto privilegiado, me preguntaba por qué aquellos ojos tan bellos no eran capaces de encontrar en el espejo la hermosura que yo saboreaba.

Relato presentado a la primera convocatoria de Esta Noche te Cuento 2020, inspirada en la belleza (https://estanochetecuento.com/el-socorrista/)