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viernes, 29 de abril de 2016

Amanece Metrópolis



Anancastia

Aparca el carrito en un lateral de la cabecera de refrescos, para no molestar, y se sienta en el suelo desalentada, con la espalda apoyada en las gaseosas de oferta.
No encuentra el tomate frito.
Trata de recordar en qué sección lo tenían la última vez, pero es incapaz: ni en pastas, legumbres y arroces, ni en conservas, ni en salsas y aperitivos... una nube espesa impide que la imagen sea clara ¿Quién demonios organiza allí las cosas?
Necesita el tomate frito. Para la lasaña del domingo.
Mira a su alrededor, perdida, buscando un uniforme verde y naranja entre el gentío que pueda orientarla. Pero un sábado por la tarde es poco menos que misión imposible. Cierra los ojos y hace un repaso mental del resto de la lista. Los abre angustiada al darse cuenta de que tampoco ha visto el parmesano para gratinar.
Los domingos toca lasaña gratinada. Con parmesano.
Siente que se ahoga. Trata de respirar profundamente para calmarse. Lo primero es levantarse de allí. Aunque nadie le ha preguntado si le pasa algo, varias personas la han mirado con cara rara e, incluso, con desprecio. Hace un esfuerzo por aclarar esa extraña bruma y centrarse en sus objetivos.
Tomate. Queso. Lasaña. Domingo.
Mamá.
No, no… ¡No!
Lleva toda la vida siguiendo las normas que su madre consideraba intolerable no cumplir. Se queda anonadada cuando una voz interior grita plantando cara al rígido esquema incrustado en su vida: ¡Compra arroz y haz una paella, como la gente “vulgar”! ¡Te mueres por hacerlo!
Sus piernas reviven, su corazón se aligera. Se pone en pie y corre por los pasillos hacia la pescadería. De reojo ve la estantería del tomate, donde siempre había estado y algo dentro de ella le había impedido ver. El queso también está en su lugar habitual, junto a las pizzas, pero no se detiene.
Ilusionada como una niña se relame pensando en gambas y berberechos, en pimiento rojo y habas, en mejillones y calamar.
Y no volverá a lavar toda la ropa de los armarios cada tres meses. Ni a sacar brillo a los espejos con ocho movimientos circulares de la manopla azul, ni a ordenar la despensa por colores, ni a comprobar cuatro veces que ha echado la llave cada noche, ni a encender velas en cada esquina para espantar a los espíritus del desorden, ni a poner la lavadora todos los martes, limpiar las ventanas los jueves,  hacer lentejas los miércoles…
Su madre jamás se enterará.
Entre otras cosas porque hace cinco años que decidió morirse dignamente un viernes  de Dolores y ser enterrada con cinco ramos de crisantemos blancos dispuestos en semicírculo sobre un ataúd de caoba forrado en seda azul, como tenía planificado.
Después de pagar, su mano tiembla. Ha estado a punto de meter los billetes doblados en el compartimento de las monedas en vez de estirarlos perfectamente en su lugar en la cartera.
Pero quizá sea demasiada insumisión para un solo día.


http://amanecemetropolis.net/anancastia/


jueves, 28 de abril de 2016

Macedonia mental

Había una vez una bruja que envenenó una manzana roja y brillante para dársela a una princesa. Y casi la mata. Hubo una vez una mujer que ofreció una manzana tersa y tentadora a un hombre. Y desató el pecado universal.
Esa princesa y ese hombre no reflexionaron, en su inconsciencia, que el rojo esconde peligro; el brillo, veneno; la lozanía, amargura; y la tentación, problemas. Eso decían los libros.

Fresas, cerezas y frambuesas no podían ser buenas. Higos, melocotones y plátanos escondían lujuriosas evocaciones. Limones y naranjas, esencias que transportaban a orientes paganos.

Hoy hay una niña que no come fruta. Por miedo. Por precaución. Por subconsciencia. Y languidece sin vitaminas porque guarda las manzanas amarillas, arrugadas e inofensivas, las que nadie quiere, para endulzar un futuro que quizá nunca le pertenezca.

lunes, 4 de abril de 2016

Despojos




Estrategias puntuales
Deja unos puntos suspensivos para que él tropiece y no sepa cómo continuar. Le encanta verle perdido, sin comprender nada, sin saber qué hacer para satisfacerla. Después viene la frase del grito, en mayúsculas, entre múltiples signos de exclamación: ¡¡¡PERO QUÉ HACES!!!  Su gesto compungido la excita. Se siente superior, dominante. Es el momento del punto y aparte que incremente su desconcierto para mantener su autoestima en el nivel adecuado.
Sin embargo, esta vez él la sorprende articulando unos interrogantes, hilando cuatro frases con las comas bien puestas y plantándole un inesperado y redondo punto final que obstaculiza cualquier maniobra lingüística de retirada.


Complemento salarial
Deja unos puntos suspensivos tras el segundo cero del contrato y la mira con excitación anticipada. Ella lucha contra la arcada y la indignación que ruboriza, equívocamente, su rostro. Pero piensa en sus hijos, cierra los ojos y agacha la cabeza.

Tinta invisible
Deja unos puntos suspensivos en el aire. Otros en la cocina. Unos cuantos más sobre la almohada. Cuando la casa está bien decorada de incertidumbre, se sienta en la salita a esperar que la comprendan. Pasan los minutos, las horas, los días. Pasan los meses y los puntos se emborronan y desaparecen sin que nadie se fije en ellos. Así que decide que esta vez, para que nadie pueda ignorarlos, los escribirá con su propia sangre.

Puntorrea
Deja unos puntos suspensivos verdes al final de su historia, con la esperanza de que tenga un final feliz, a pesar de todo. Para la suya escoge unos puntos rosas, a ver si encuentra, esta vez, su pareja ideal. No le guarda rencor. Juntos se acostumbraron a llenarlo todo de posibilidades, a deslizarse sobre ellas, a planteárselas entre carcajadas como si fueran inocuas bolas de nieve, a jugar con ellas hasta el infinito. Por eso, el día que tropezó con aquel rastro de puntitos rojos desconocidos que escapaban de su móvil y se dirigían hacia la puerta, no tuvo que preguntarle lo que significaba.

El “nadadicente”
Deja unos puntos suspensivos en el aire cada vez que le faltan las palabras, que pretende herir con conceptos que realmente no domina, que quiere hacerse el interesante, el inteligente, el importante. Los deja por todas partes, en cualquier ocasión, hasta el extremo de que ya nadie escucha lo que pronuncia, sino lo que no dice. Aunque en realidad no lo escuchan, lo ven: porque una nube de puntos perdidos  y sin rumbo lo acompaña constantemente, difuminando su rostro, como un enjambre de abejas cuyo zumbido amodorra y espanta a la vez.




Relatos presentados a la semana 24 de la IX Edición de Relatos en Cadena.  (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )