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domingo, 20 de octubre de 2019

Hygia pecoris, salus populi


  Mientras se despiertan sus dedos, rumia que una vez más ha pecado de ingenuo: las esposas le están torturando las muñecas. Tratar de ser coherente no siempre es el mejor camino para sobrevivir. Muchos de los compañeros antitaurinos encadenados a la reja de la plaza han conservado las llaves de los candados y por las noches se van a cenar y dormir a sus casas. Él, como siempre, creyó que debía hacerlo de verdad y lanzó la suya a la fuente.


  Hace años que su madre repite orgullosa la historia de su vocación a quien la quiera escuchar. La candidez con la que a los cuatro añitos, tras preguntar si había que aprender a nadar para pinchar a las ballenas, había declarado muy serio que sería curador de animales. Alguien le enseñó entonces que la verdadera palabra que concretaba su sueño era veterinario. Le pareció la más hermosa del mundo y se apoderó de ella entusiasmado para responder a todo el que le preguntaba qué quería ser de mayor.


  Y lo fue. Por encima de las dificultades de los estudios, de las zancadillas de los compañeros, de las desilusiones de su profesión, de las trabas, de la incomprensión, de la maldad humana,  de los días de guardia sin descanso, de la estupidez y el fanatismo, de las  modas sinsentido, de los usurpadores del mundo, de los destructores del planeta, de la ignorancia cada vez más generalizada. Por encima del precio de las vidas.


  Un podenco destartalado de ojos locos y amarillos se acerca a olerle la pernera del pantalón. Su lengua chorreante le empapa de saliva espumosa. Sin previo aviso, apresa su pantorrilla rasgando tela y piel. Después se dirige gruñendo a un grupo de niños que juegan a la pelota.


  El corazón se le acelera. Por su mente pasan imágenes de protocolos y cartillas incompletas por dejadez, por crisis económicas, por recortes de campañas, por exceso de confianza, por políticas incongruentes, por falta de información, por bulos sin fundamento. Grita tratando de avisar a los policías que ya apenas vigilan a los manifestantes, a las madres absortas en sus móviles, a los chavales ajenos a lo que sucederá. Grita pidiendo ayuda, pidiendo un médico y suero y vacunas, pidiendo que alguien haga algo, que atrapen al animal, que lo pongan en cuarentena. Grita tratando de explicar lo que ha pasado y lo que puede pasar. Grita mientras la sangre hace un charquito junto a su pie y mientras el miedo instala en su mente la idea irracional de que estando amarrado no podrá morder a nadie. Grita de rabia y con rabia.


  Pero nadie le presta atención. Porque son más apremiantes y fuertes los alaridos de una niña que ha intentado acariciar al pobre perrito abandonado, y los últimos aullidos de este cuando algún valiente descerebrado ha creído acabar con el problema partiéndole el cráneo con un monopatín.



Relato participante en Zenda #historiasdeanimales 

https://www.zendalibros.com/tag/historiasdeanimales/ 
Concurso de historias de animales

 


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