Adolescencia programada
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca despegó y
salió por la ventana dejando tras de sí una nube de vapor rosado.
Miró arrebolada la foto de Pablo. Se puso unas medias
negras, el vestido corto de su hermana y relleno en el sujetador. Esta vez la
misión tendría éxito.
Imitación
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca estaba
abarrotado de herramientas, para que pudiera forzar la cerradura y escapar.
Ella no era como su padre.
Deducciones
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca era mágico.
Una vez había salido una señora vestida de enfermera que le dio caramelos para
que no gritara. Otro día había dentro un hombre que parecía Superman y saltó
por la ventana. Así que se sentó a esperar que Mariflor volviera de entre las
perchas transformada en una niña de carne y hueso que quisiera jugar con ella.
Pecados y pecados
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca hinchable
se abrió de repente, dejando asomar una pierna enfundada en media negra con liguero, justo en el
momento que entraba su madre. Aprovechó el grito y la confusión para dar una
patada a la puerta, pero aquella mirada de reprobación fue demasiado para él y
estuvo a punto de llorar de vergüenza hasta que se percató, aliviado, de que su
madre solo creía que era un cadáver.
El plan
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca tenía un
agujero para que respirara, así que aguantaría unos días sin morirse: justo el
tiempo que necesitaba para convencer a sus padres de que Ringo se la había
comido y que le compraran otra.
Sexismo
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca parecía un
monstruo, con aquellos tiradores malvados en vez de ojos y una llave antigua
haciendo de nariz.
―¡Si no te la tragas, escúpela! ―le retó la niña con los
puños cerrados. Pero la boca no volvió a abrirse y nada sucedió.
Satisfecha, corrió a la habitación de su hermano a jugar con
los camiones.
Crimen imperfecto
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca y la
mesilla en la que había escondido las tijeras estaban en habitaciones diferentes.
Pensó que eso bastaría para que no relacionaran una cosa con la otra. Pero su
madre era una buena detective y, cuando encontró la trenza de lana y los
botones de los ojos en la papelera, enseguida dedujo lo que había pasado.
Fetichismo
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca estaba
lleno de zapatos que nunca había visto en los pies de su madre. Por un momento
pensó que se había equivocado de casa, de habitación, o de planeta. Quizá no
fuera un armario sino una fábrica camuflada. Volvió a abrirlo con cuidado y se
fijó en unos rojos de tacón. Sintió el impulso de probárselos. Lo mismo hizo
con los amarillos y las sandalias doradas, aunque le quedaran enormes. Estaba
subida a unos azules de vértigo cuando su padre abrió la puerta y la miró con
una cara extraña. Desde ese día, olvidó para siempre a la muñeca prisionera.
Voces
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca tenía llave.
Le dio dos vueltas, la extrajo, bajó corriendo las escaleras, cogió su
bicicleta y pedaleó hasta el pozo de la fábrica abandonada. Temblando, abrió la
tapa y tiró aquel trozo de bronce hasta que escuchó un ¡plof! lejano.
Se sentó junto al brocal con el corazón acelerado y el
cosquilleo del miedo aún en su piel. Después volvió a su casa despacio,
tratando de convencerse de que todo había sido un sueño. Pero cuando abrió la
puerta y vio el rastro de sangre en el pasillo, lo recordó todo y supo que se
había equivocado de culpable.
El orfanato
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca olía a
limón y canela, como las manos de su abuela cuando cocinaba bizcocho. Un
sollozo de nostalgia se le atravesó en el pecho. Deseó que el tiempo volviera
atrás, a aquellas tardes soleadas en el patio, a las risas compartidas, al
mandil blanco de encaje que siempre enjuagaba sus lágrimas.
La voz autoritaria gritó su número desde el rellano. Se
recompuso y preparó la bandeja para el té de la madre superiora. Rezó
angustiada para no tropezar en la empinada escalera, como le pasó a Siete.
―Mañana vendré a buscarte ―susurró a su único juguete. Pero
nunca pudo hacerlo.
Fashion victim
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca repollo la
persiguió por el pasillo, acabó estrellándose contra el taquillón en un estruendo
de madera antigua y liberó los más terribles recuerdos de su interior:
pantalones de cuadros, chaquetas con hombreras, camisas japonesas, faldas de
tubo y aquel sombrero cloché que jamás se había puesto y que voló, rencoroso,
hacia su cabeza justo en el momento en el que Javier entraba por la puerta con
una rosa roja a pedir su mano.
Recálculo
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca era de
caoba, la cama, de hierro forjado, la mesilla, de mármol verde. Por la ventana
se veía un enorme jardín con estanques, estatuas y un laberinto de boj.
Entreabrió la puerta buscando a alguna mucama por el pasillo, pero el silencio
en la mansión era impresionante. Se resistió a tocar el timbre para que
acudiera el mayordomo: en realidad lo único que necesitaba era hablar. Sentada frente
a la coqueta recordó con nostalgia a todos sus hermanos hacinados en la chabola
e invocó a su hada madrina dispuesta a reconocer que se había equivocado al
formular el deseo.
C'est la vie
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca se
estremeció ante tamaña injusticia, pero ella se mantuvo firme. El osito de
peluche nuevo había ganado el puesto de favorito sobre su cama.
Tragicomedia
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca chirriaba
tanto que parecían gritos de protesta y tuvo que taparse los oídos. Cuando todo
quedó en silencio oyó el roer de la carcoma e imaginó que la pobre estaba
siendo devorada por escarabajos gigantes. Temblando, se llevó la mano al pecho
donde su corazón, o quizá aquel famoso gusano de la conciencia del que hablaba
su madre, daba golpes furiosos. No pudo más. Abrió de nuevo la puerta y rescató
a Teresita, la abrazó y le prometió entre lágrimas, como todos los días, que
jamás volvería a abandonarla.
La levedad
El armario donde acababa de encerrar a su muñeca también se
desintegró, como la mesilla, la cama y las cortinas, dejando una marca rectangular
de ceniza oscura en el suelo. Quedó la estancia vacía, su corazón sin amarras y
su alma liberada de recuerdos. Se preguntó cuánto tardarían en apolillarse sus
huesos, en pudrirse su carne y dejar su propia huella en aquel lugar que la
había visto nacer y crecer. Y, sobre todo, si alguien recordaría su nombre para
intentar hacerla volver del más allá.
Relatos presentados a la semana 17 de la X Edición de Relatos en Cadena. (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )
¡Que bárbaro, que ingenio, que producción! Quince relatos a cuál más intrigante. Enhorabuena. ¿Que pasa con la SER, no saben o, no tienen tiempo para leerlos todos? Besos.
ResponderEliminarLes aburro.... Besos.
EliminarMadre mía. Me dejas entre ojiplatica y anonadada. Imposible competir contigo. Eres única. Toda mi admiración. Besos
ResponderEliminarAsun, no sabes lo que dices. Un beso enorme.
Eliminar¡Halaaaa!, sí, vale, era semana doble, pero es que te sale más de uno por día. Difícil elegir uno, muy buenos y variados.
ResponderEliminarBesos.
Señor Olivares, es el canto del cisne. Un beso, o quince.
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