El silencio suave de tus huellas, la calidez de tu
presencia, el ancla a la realidad de tu mirada. Lo siento aún como si nada nos hubiera
sucedido. Mis dedos, huérfanos de caricias, se retuercen ansiosos. Mi alma,
despojada de amor incondicional, amenaza con filtrarse para siempre en la
niebla. Ya nadie logra taladrar mi máscara ni percibirme detrás. No hay lengua
que enjuague mis lágrimas, ni juegos que arranquen ese extraño ruido de mi
garganta que decían que era risa. Sólo cuatro paredes, sábanas blancas, luces
frías.
Llegaste envuelta en la chaqueta del vecino que te rescató
de aquel útero de plástico atado con cinta aislante. Tu condena y renacimiento
fueron nuestra salvación. La abuela dejó de romper palabras, papá dulcificó sus
gestos y a mamá la inundabas del cariño que yo no sé expresar. Pero fue a mí al
que entregaste tu adoración. A mí, que no sé salir a ese mundo en el que viven
los demás. A mí, al que todos miran con lástima.
Era Nochevieja. Las bombas incomprensibles te asustaron. Corriste.
Manchaste un coche blanco con tu sangre.
Contigo desapareció el hilo que me comunicaba con el mundo.
Y encima te culpan de mi crisis.
Relato presentado al primer bimestre de 2017, dedicado a los perros y gatos, en el blog Esta Noche Te Cuento http://estanochetecuento.com/10-carta-a-jana/
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