Cambio radical
—Y las azules, las del abuelo, ganaron el primer premio— nos
contó sin titubear.
Todos nos quedamos boquiabiertos. No podíamos imaginar a Crispín
el Matalobos cultivando hortensias y
ganando concursos de flores.
Pero, por supuesto, no osamos contradecir a Paula. Siempre había tenido
a su abuelo en un pedestal, como si no supiera que había sido el terror del
pueblo, como si ignorara a qué se dedicaba en realidad, como si no se creyera
la versión oficial de que había muerto en la serranía, a manos de los
alguaciles.
Envidias

El color de la
camisa
Y las azules, las del abuelo, las planchaba con especial
esmero, porque no podía olvidar que fue el que intercedió por ella para
conseguir aquel trabajo. Del mismo modo
siempre dejaba alguna arruga en las blancas, en las del padre, porque
siempre tenía presente aquella mano pegajosa abriéndose camino bajo su falda
por los rincones; a veces, hasta escupía con rabia en los puños en vez de
almidonarlos.
Terapia familiar
—Y las azules, las del abuelo, para ti—sentenció mamá al terminar
de repartir las sábanas a todos. Era otro de sus experimentos encaminados a reforzar
los lazos entre nosotros.
Yo no dije nada, pero aquella noche no pude dormir. Olían a
él; a tabaco, a desprecio por la bañera, a resentimiento oxidado, a tralla de
cuero y rigidez, a vino de la taberna y
al perfume barato de la Picaflores.
Por la mañana no fui capaz ni de darle los buenos días, pero
noté que él sonreía con lascivia: le habían tocado las sábanas rosas de
Margarita.
Relatos presentados a la semana 29 de la VIII Edición de Relatos en Cadena. (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )