Tengo miedo. Apenas le reconozco.
Primero fueron los corazones y sesos de la casquería: le traía de vaca,
de cerdo, de cordero, de caballo… Había montado un alambique y requisado
todos los tarros vacíos que yo tenía en la despensa para envasar
mermeladas. Creo que no logró destilar nada interesante, porque su
frustración flotaba en el comedor como una nube negra, que solo se
disipó cuando comenzaron sus charlas con el párroco y las visitas a la
biblioteca. Un día llegó exultante: dijo que ya no necesitaba más
despojos de animales.
Pero entonces vino lo peor: compró una enorme balanza de precisión,
salía solo hasta bien entrada la noche y empezaron a desaparecer los
indigentes del barrio. Esta vez la oscuridad se extendió por casi toda
la casa; por lo visto la culpa la tenían 21 gramos de diferencia y un
tal MacDougall.
Desde que frecuenta ese templo zen, el aire ha recuperado su
transparencia. Parece que ahora se ha empeñado en que el alma está
metida en la mirada, no sabe con certeza si anclada a la retina o
disuelta en el humor vítreo. O al menos eso murmura mientras afila una
legra y observa sonriente mis pupilas dilatadas.
Relato presentado a la primera propuesta del 2015 a ENTC, por el 5º centenario del nacimiento de Santa Teresa, incluyendo una de sus frases http://estanochetecuento.com/57-alquimias-desalmadas-eva-garcia/
Madre mia Eva. Qué poco acostumbras a tratar este género con lo bie que lo haces. Escalofriante tu micro. Me ha encantado guapetona.
ResponderEliminarUn millón de besos.
Gracias Izaskun pero yo tengo la sensación de que últimamente me da demasiado por él, jaja.
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