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lunes, 1 de diciembre de 2014

Ni yo ni nadie



   Está solo: un centollo descongelado y una ensalada de endivias esperan sobre la mesa. Enciende la tele para ambientar la noche: aún queda un cuarto de hora. Mira las uvas; redondas, jugosas, tiernas. Muy despacio comienza a pelar una, como si la desvistiera. Piensa en Virginia. Al desnudar la segunda se acuerda de Marga. Mientras  despepita la tercera, Alicia acude a su memoria. Nieves, la de la oficina; Ana, su masajista; Carla la del octavo… va exponiendo las pulpas traslúcidas, abriéndolas casi con ternura, arrancando las semillas de sus entrañas.
   Faltan cinco minutos. Sostiene la última entre los dedos pringosos. Parece especial: no se atreve a rasgar la piel ni a horadar su carne. En su mente es Patricia, la panadera.
   Comienzan las campanadas en todos los relojes y también en su corazón. Traga de golpe las once frutas vejadas y deja la intacta para el final. Con el último tañido, chupa despacio el hollejo áspero y después la muerde, disfrutando del jugo con placer.
  
Mientras el mundo brinda por el nuevo año, él sale de su apartamento. En un bolsillo del abrigo lleva el eterno estuche de Cartier, con la sortija once veces rechazada. En el otro, una navaja.


 Relato presentado el mes de Diciembre a ENTC (Tema:tras las campanadas del año nuevo) http://estanochetecuento.com/5-ni-yo-ni-nadie-eva-garcia/

7 comentarios:

  1. Pregunta: ¿Podríamos quitarle la última frase? Estaba tan animado durante el transcurso del relato y de golpe, me he quedado triste.
    Besos

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    1. Respuesta: no. Entonces ¿qué gracia tendría? Pero por ser tan madrugador, te regalo el relato que no envié, va de un veterinario poco ético, una mujer harta...una idea poco original y un tema trillado. Sé que tampoco te gustará, pero me temo que ya no sé escribir cuentos felices. Besos.

      Propósitos

      Lo haría: esta vez sí cumpliría todos.

      Vistió la mesa de azul, cortó el turrón que había sobrado de nochebuena y añadió dos mazapanes. Vigiló el asado y aderezó la ensalada. Después se dedicó a lo verdaderamente importante: las uvas. Miró con ternura al viejo siamés, que apenas ya se movía, mientras buscaba en su bolso el frasco que, a regañadientes y con mil recomendaciones, le había dado el veterinario. Cargó la jeringa, contó doce frutas y fue inoculando una a una: sobraba suficiente para el gato. Peló y despepitó otras doce, porque no quería atragantarse.

      Después repasó su lista de deseos con los ojos brillantes de ilusión: teñirse el pelo en una peluquería, viajar al pueblo a ver a su familia, probar el marisco, ver el mar, comprarse un vestido verde y unos zapatos rojos de tacón. Visitar el convento donde le obligó a dejar a su niño. Encontrarle. Abrazarle. Decirle tantas cosas…

      Sonó un portazo en la entrada. Venía del bar, ya cargado, oliendo a perfume, como siempre. Se sentó a la mesa sin saludar y la miró con maldad. Ella sirvió la carne y encendió la tele. Apenas faltaban diez minutos para que empezara su nueva vida.

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  2. Gracias por el regalo, aunque no sé si aceptarlo. Que empeño en contar cosas desagradables. A ver, como es posible que con esa pluma tan prolífica que tienes, no digo siempre, pero de cuando en cuando, la podías dedicar a contar algo dulce, aunque no se lleve.
    Besos

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  3. Hola, Eva.

    Imparable, ya te lo repito aquí.
    Es tremenda el final, pero sin él el relato perdería la fuerza que tiene.

    Un besabrazo gigante.

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    1. Towi, sin ese final o cualquier otro no tendría mucho sentido. Este fin de año pensaré en ti cuando pelemis uvas :P Besotazos.

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  4. Eva. bonita, me encanta. Ese giro final es la guinda del pastel a mi modo de ver. Y me da en la nariz que este mes vas a estar muy cerca del podio si no te encuentras entre los finalistas...
    Besicos

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    1. Chica guapa, la cosa siempre está muy difícil, yo no quiero imaginarme podios, que caiga lo que tenga que caer y sino, pue stambién bien. Beso enormes.

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