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miércoles, 30 de julio de 2014

Microrrelatos del Azar



Su otra cara

Todas las noches voy a verla trabajar, y cada noche está más maravillosa; esta noche está enorme, llena, dorada, dominando el cielo con su esplendor.
Es extraño, porque el calendario pronosticaba que estuviera creciente; pero dice mi abuelo que a veces los ciclos se trastocan, sobre todo cuando nacen demasiados corderos en el mundo. Entonces ella, para compensar, reúne a los lobos que, agradecidos, le dedican un canto de aullidos.
Yo pienso que la luna es presumida y cree que las ovejas se pueden convertir en nubes como las que a veces ocultan su brillo.
El abuelo dice que su luz convierte la oscuridad en sombras perversas.


Cálculo fallido

“Antes de salir adopto la apariencia de Frascuelo Segundo. Si lo que quieren es marcha, la tendrán”, piensa el genio al presentir que aquellos dos no van a poder resistir la tentación de frotar la lámpara y viendo el dibujo de sus camisetas. Conjura una montera a la medida que quepa por el orificio, se ajusta la taleguilla y se dispone a salir disparado haciendo una chicuelina. Cuando la chancla machaca repetidamente y con saña su traje de luces se siente incapaz de recitar aquello de los tres deseos y vuelve raudo a su escondite. Perplejo, se pregunta qué será eso de PACMA que aparece escrito junto al astado.


Recursos

Como era el cumpleaños de mamá lo que íbamos a celebrar, y siendo en pleno océano como iba a ser, estábamos todos ocupados en buscar regalos para ella. Javi capturó un pulpo azul precioso, María tejió una diadema con estrellas y caracolas, el primo Pablo preparó una exquisita tarta de algas con mousse de medusa, papá logró suficientes perlas de las ostras que pescó para el aperitivo y le hizo un collar y el abuelo construyó, con maderas del naufragio, la balsa donde pondríamos todo aquello rodeado de flores para darle una sorpresa. Solo yo me acordé de que mamá no sabía nadar y recogí cocos y lianas para hacerle un flotador.

Frase 4: Aquí mismo :)


Progreretrocesos

En el local se había hecho un repentino silencio a causa de que el robot se había detenido: esta vez se había enredado con la alfombra del mostrador. María suspiró aliviada. No soportaba a aquel engendro que su marido había insistido incorporar a las labores domésticas para suplir su parte: era aleatorio, era lento y  tenía que andar detrás suyo repasando esquinas, pendiente de si se atascaba y rescatándole de apuros. Y encima debía esperar a que terminara para poder fregar todo el suelo como él exigía.  Una vez más se preguntó cuándo inventarían un robot que sustituyera definitivamente a los maridos caraduras. 
 

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