Tralará
Va despacio, porque le apena romper su sueño. Primero besa con dulzura su manita y después acaricia la mejilla sonrosada para despertarle. Él abre los ojos y protesta. No quiere ir, no le gusta el cole.
La madre le hace cosquillas, le dice que, como los pájaros han cantado y las nubes se han levantado, hoy puede ponerse la camiseta de superhéroe. Que aún tiene millones de cosas que aprender, que jugará con sus compañeros en el recreo, que lo pasará chachi piruli. Y que cuando vuelva a casa con hambre de seis semanas, comerán ensalada, naranjitas y limones, como comen los señores.El niño corre hacia la escuela, como las liebres por el mar, escudriñando los árboles por si hay agazapado algún lanzador de piedras de los que hacen caer avellanas de los ciruelos.
Ella lo vigila, desgarrada, desde la ventana. No es bonita, ni lo quiere ser, y, aunque sepa leer, escribir y la tabla de dividir, no se casará nunca con un rey que le pague las facturas. Así que, como cada día, se dirige a ese monte lleno de asquerosas sardinas donde trabaja intentando ser la más fea ante la mirada sucia del barquero.
Va deprisa, harta de contar mentiras.