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miércoles, 29 de mayo de 2024

Estrella

 

  Nació en verano, una noche de luna llena. Su madre necesitó que le abrieran las entrañas para que pudiera salir, porque tenía los bracitos largos, las piernas cortas y un cuello como de tortuga acuática. Su simetría asteroidea inspiró su hermoso nombre, pero le acarreó un estigma difícil de superar.  Más allá de conseguir una inigualable voltereta lateral y ser capaz de hacer cálculos infinitesimales de cabeza, la criatura resultaba bastante torpe, lo que, sumado a su figura desgarbada, la convertía en blanco fácil para las burlas y el rechazo.

   A mí me fascinaban su armonía matemática, su fragilidad y el  misterioso capricho que la cruel naturaleza había perpetrado con su cuerpo. Consciente de que jamás encontraría a nadie como ella, invertí tiempo en convencerla de que era alguien especial que merecía mucho amor. El mío.

  Y la amé. Durante años. Hasta que cambió. O cambié. Hasta que su anatomía pentagonal dejó de parecerme extraordinaria y su habilidad aritmética terminó por irritarme. Hasta que ella se fue encogiendo y la expulsé de mi galaxia. Hasta que una noche de invierno sin luna se volvió fugaz, atravesó una ventana  y aterrizó sobre un suelo azul celeste, más estrellada que nunca.


Relato presentado a la cuarta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2024, inspirado en el concepto WABI SABI  (https://estanochetecuento.com/24-estrella-fuera-de-concurso/ )

viernes, 10 de mayo de 2024

Amanece Metrópolis

 

Pereza mortal

   A Ramiro la desidia no le dejaba vivir. Mientras su madre aún gobernaba la casa con mano práctica al menos comía con regularidad y mantenía una mínima higiene, aunque no lograra conservar ningún trabajo.

   Pero cuando ella, cansada de la realidad, se evadió por los laberintos de su mente, fue el fin.

   Ramiro no era capaz de alimentarla y asearla, así que una tarde de verano, en un arrebato de lucidez, la mujer se coló por el desagüe de la ducha intentando aliviar su pestilencia. Celebraron el funeral en el río tras calcular que el cuerpo pasaría flotando junto al embarcadero sobre las doce del día siguiente, como así fue.

   Él, desaparecida la única brújula de su vida, se abandonó a la placidez de la inmovilidad. Tumbado en la hamaca del porche, apenas se alejaba unos pasos para orinar, recoger frutas caídas y beber un trago de agua del depósito de lluvia. Los vecinos le llevaron vitaminas para mejorar el ánimo, amuletos contra la pereza mortal y aguardiente del que resucita a los muertos. Pero solo consiguieron que le creciera una exuberante barba donde anidaban los petirrojos.

   Ni siquiera Don Evaristo logró convencer a aquella maraña de pelo y plumas con su labia pastoral:

―Hijo, Dios no nos creó para vegetar como patatas. Levántate y anda.

―Padre, aún no estoy muerto. Ahórrese los milagros.

   Le abandonaron a su suerte.

   Años después, el pueblo se enriqueció gracias al célebre paraje capilar, paraíso ornitológico único en el mundo, surgido de sus fincas.


 

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