Parecía magia y los expertos, atónitos, no sabían si atribuirlo a tecnologías holográficas o a un efecto óptico. Y es que mis cuadros eran diferentes. Expuestos al sol, mis bosques y plantas crecían y florecían hasta parecer junglas y perderse más allá del marco.
Por fin había conseguido la fama, tan deseada, y pude cambiar por un amplio y luminoso estudio el oscuro desván en el que había estado a punto de ahorcarme. Cegado por el brillo del éxito, caí en la ambición.
Comencé a experimentar mi técnica secreta, con la que lograba que en mis verdes persistieran las propiedades de la clorofila, con otros colores. Trabajé en un amarillo que, utilizado en soles y lumbres, calentaba cualquier estancia. Conseguí un azul imposible que se evaporaba a la luz: de mis mares surgían nubes de convección, mis cielos se volvían grises y descargaban lluvia sobre los paisajes.
Pero con el rojo todo se complicó. Los atardeceres acababan fundiendo la imagen en negro, las fresas se pudrían, fluía la sangre dando vida a los personajes. Se escuchaban latidos de corazón.
Durante el solsticio de verano, animales y humanos escaparon de los lienzos y empezaron a crearme serios problemas con los marchantes.
Relato presentado a la sexta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2020, inspirada en la luz (https://estanochetecuento.com/08-fotopigmentos/)
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