.

.

domingo, 2 de agosto de 2020

Melocentrismo

   Madre tenía el don familiar, pero tampoco le garantizó la felicidad.

   A mí me surgió un atardecer, hablando con Marta: vi emanar de su cabeza todo lo que pensaba. Las frases  se formaban en el aire y las letras terminaban desmoronándose como arañitas negras. Así descubrí que se había acostado con mi novio. Desde entonces pude leer los secretos e intenciones de cualquier persona.

   Hasta que conocí a Mateo. Él no tenía voces en la cabeza. Sus pensamientos eran imágenes con banda sonora y  alfombraban su alrededor con fusas y semicorcheas que se adherían a su ropa como caracolillos exangües. Me subyugó.

   Necesité aprender solfeo para descifrarle. Me enamoré de sus incógnitas y su capacidad de confundirme. Sus estados de ánimo no siempre armonizaban con las melodías de su mente. Nunca sabía si el estribillo absurdo que le brotaba generaba la expresión tierna de sus ojos, o si el vals alegre que resonaba en su cerebro estaba relacionado con su ceño fruncido. Expuesta al engaño, pero encantada, me dejé embelesar.

   Cuando comprendí que su música interior era  una terrible trampa, fue demasiado tarde: ya estaba enredada en un pentagrama sin clave de sol del que solo colgaba su enorme MI.



Relato presentado a la quinta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2020, inspirada en  la música (https://estanochetecuento.com/03-melocentrismo/ )

No hay comentarios:

Publicar un comentario