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viernes, 18 de agosto de 2017

Amanece metrópolis



Carcoma etérea

  Lo peor eran los huecos en su voz, más que su mirada perdida: dejaban silencios en el aire, como pompas de jabón entre las palabras. Denotaban un alma perforada, una mente esponjosa y un corazón de piedra pómez,  frágiles, extenuados, a punto de desintegrarse por el empuje inexorable del vacío.
  Tardó pocos meses en sublimarse del todo.
  Los que aún la queríamos sospechábamos que iba a acabar convirtiéndose en un gas multicolor y tratamos de respirarla a fondo para que nunca se nos olvidara el aroma de su grandeza, para conservar siempre con nosotros el origen de su levedad.
  Y es que se había ido esparciendo por los senderos de la vida en un goteo incesante, sin pensar en el mañana, sin repostar ni pedir nada a cambio. Y fueron demasiados los que recibieron alegremente su luz creyendo que lo merecían, sin agradecimientos ni aprecio, sin recordar siquiera su nombre. Porque así, siendo ella, nunca había sido nadie.


2 comentarios:

  1. Conocí personas así. Muy hermoso lo que has escrito.

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    1. Muchas gracias Javier.Las personas fieles a si mismas que no renuncian a su forma de ser ni a sus principios por "ser alguien" no abundan. Dichosos los que conocemos a alguna. Un beso.

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