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viernes, 18 de marzo de 2016
Amanece Metrópolis
Hombrías
Ya era un hombre: eso había dicho su padre el día de su decimocuarto cumpleaños al entregarle la escopeta. Su madre había llorado. De emoción, pensaba él. Y allí estaba, en su primera cacería, acechando entre los arbustos la presa que levantarían los perros. La culata en el hombro, el ojo en el punto de mira y el índice presto, como le había enseñado el abuelo. Los ladridos sonaban lejanos, la espera sería larga.
Era un hombre: Luisa, con sus curvas incipientes, su larguísimo pelo negro y su boca mordisqueando el lápiz caldeó su imaginación. Tuvo que soltar el arma para evitar mojar los pantalones recién estrenados.
De repente crujió la hojarasca y unos matorrales se movieron. La adrenalina inundó su cuerpo. Apuntó. Disparó. Se oyó un gemido. Una cesta rodó esparciendo setas por el camino y la adorada melena, teñida de sangre, se derramó sobre las piedras.
Era ella (los hombres no gritan): palideció (los hombres no lloran).
Se acercó temblando, descompuesto (los hombres no huyen): no respiraba.
Los hombres deben asumir su responsabilidad. Los hombres no tienen miedo: apoyó los cañones contra su propio pecho y, con un palo, accionó el gatillo.
Según todos los diarios, los protagonistas de la tragedia eran sólo niños.
http://amanecemetropolis.net/hombrias/
lunes, 14 de marzo de 2016
Despojos
Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me
susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”, palabras que saca al
azar de las revistas para que yo traduzca y me enrede con el kanji y el katakana. Y lo
que se ríe. A veces creo que de mí, pero sospecho que más de las fotos de famosos
tomando el sol. El sol: cuánto tarda en salir los martes. Quizá este por fin me
atreva a sorprenderla tomando su mano pálida y decir “Watashi wa anata o
aishite“ mirando sus ojos rasgados. Pero igual entonces sí que se ríe de mí, de
mi pronunciación o de mis errores gramaticales. Y ya solo me quedaría hacerme
el harakiri.
Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me
susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”. Aferro el mando
impaciente, compruebo que tiene pilas, esponjo los almohadones del sofá y ordeno
la mesita: el anillo de pedida justo en el centro. Aún quedan dos horas para
que empiece. Limpio la pantalla con un paño especial. Me hago un café: no puedo
quedarme dormido, hoy no. Me miro al
espejo y repaso mentalmente mi discurso. Creo que el mejor momento será antes
de la primera pausa publicitaria, justo cuando extiende su mano para dar paso
al detergente megaconcentrado. Entonces la agarraré para traerla junto a mí y
pedirle que se quede. Lo vi en una película.
La lista de la compra
Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me
susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”. Cuando amanece, bajo despacio las escaleras,
acerco mis manos a la pantalla de plasma y tras unos interminables segundos,
escucho su voz. “ Mister Proper", "estropajos", "jamón
cocido" “azúcar”... Palabras sin sentido. Palabras que me emocionan al
salir de la garganta de mi esposa desde el otro lado. Necesito tiempo para
asimilar su ausencia, para reordenar mi vida. Solo mientras me preparo un café amargo
sobre la encimera sucia y mis tripas protestan de hambre, empiezo a vislumbrar
su coherencia ultraterrena.
Relatos presentados a la semana 22 de la IX Edición de Relatos en Cadena. (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )
martes, 1 de marzo de 2016
Secuestros
La maquinaria de la nave era aún más aterradora por las noches:
el ruido de aquel gigante respirando eclipsaba el suave ronquido de los
abducidos. Aunque, cuando el burbujeo del oxígeno disfrazaba de submarino la
estancia, era posible bucear hasta el océano de la Tierra y que las estrellas marinas
iluminaran el sueño.
Pero por la mañana volvían los extraterrestres con sus máscaras,
dispuestos a extraer todo tipo de muestras, clavar agujas y hacer mil
preguntas. A veces trasladaban a la gente hacia salas tenebrosas, llenas de
aparatos con cámaras y rayos. Y, a todas horas, hacían circular bandejas
repletas de alimentos y vasitos con píldoras de colores.
Jaime ya estaba harto de aquella aventura espacial. Había
presenciado cómo teletransportaban a Felipe para siempre al planeta más lejano:
cerraron las cortinillas de improviso y al abrirlas había desaparecido, sin
despedirse.
Así que esa tarde prometió vehementemente que nunca más
volvería a creerse un astronauta, ni a intentar volar sin cohete y suplicó a su
madre volver a casa cuando fue a verle.
Ella miró con tristeza la cama vacía de al lado y eso le
asustó porque, esta vez, no parecía tener
el poder para lograr que el juego terminara.
(A Marina y, sobre todo, a Marité)
Relato presentado a la segunda convocatoria de 2016 de Esta Noche Te Cuento como homenaje a los viajes espaciales http://estanochetecuento.com/09-secuestros-eva-garcia/
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