
Pero justo la víspera, desde Alemania, llegó el progreso (aquel
mal contra el que Don José nos prevenía cada
domingo) en forma de un enorme paquete para el alcalde. Muchos vimos por primera vez una
bicicleta cuando lo desenvolvió en medio de la plaza, donde lo había depositado
el coche correo.
Mientras daba vueltas saludando sonriente, la gente murmuraba
que, haciendo las Europas, había adoptado costumbres impías, y atribuían al
demonio el prodigio de que aquellas ruedas aguantaran sin descalabrarle. Al
detenerse, comprobamos que, efectivamente, estaba trastornado: anunció, orgulloso,
que ese año haría el trayecto hasta el santuario montado en aquel artefacto en
menos de cinco días, para ahorrar
tiempo.
Doña Finita, siempre tan cabal, le preguntó asombrada:
—Pero… ¿qué harás con el tiempo que ahorres, Paco?
Y él, por una vez, no supo qué contestar.
(Dedicado a mi Chamán y su paso por el Sáhara)