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viernes, 29 de agosto de 2025

Amanece metrópolis

 

El maestro

  Aunque hacía años que no tenía obligación ni motivos para visitar aquel edificio, seguía acudiendo tres veces por semana a escuchar los ecos de las risas, las cantinelas y la tabla del ocho que aún rebotaban por las paredes, dejar comida a los ratones a cambio de que siguieran respetando el diccionario y los mapas, contar las arañas para desalojarlas si se habían multiplicado en exceso y borrar de la pizarra los deberes que ya nadie hacía para escribir otros nuevos. Después, se sentaba sobre los pupitres de los mayores para impartir una clase magistral al esqueleto de plástico que fijaba en él las cuencas vacías desde la esquina, impasible, arropado por algún alma caritativa con la bata roída del antiguo bedel.

  Había engrasado la puerta principal para que no chillara como un gato reumático al abrir, por eso no les oyó entrar.

  Puso las flores frescas que había recogido esa mañana en el jarrón de la mesa de los profesores, como a ella le gustaba, y cerró los ojos para invocarla, risueña, recitando el abecedario a los más pequeños mientras él la miraba de reojo y perdía el hilo de la explicación de las ecuaciones de segundo grado.

  Al abrirlos de nuevo, su viejo corazón hizo una cabriola: un niño de piel oscura y una niña con trenzas de colorines que jamás había visto por el pueblo le observaban con curiosidad. Al sentir la mirada de aquellos ojos enormes y tristes, llenos de preguntas y ávidos de respuestas, una llamita caldeó su alma.

 

https://amanecemetropolis.net/el-maestro/ 

viernes, 22 de agosto de 2025

Savia irlandesa

Ilustración Mª José Escudero

   La abuela rogó al médico que mantuviera vivo al abuelo mientras excavaba un hueco en el patio. Su terquedad era incurable y había decidido morirse para huir al cementerio con su amante. Pero ella no iba a consentir que su espíritu infiel susurrara bobadas bajo la luna a la tumba de aquella pelandusca, así que, obstinada en su creencia de que volver a la tierra no implicaba ser devorados por los gusanos que tanto aborrecía, resolvió instalarle alimentando una higuera que nos ordenó no regar, incluso si languidecía, por respeto a la aversión de su marido a ingerir o usar el agua.

  Después de San Patricio, las hojas se volvieron crujientes, cayeron y quedó un palitroque marchito. En otoño, nos sorprendió vistiéndose con brotes escarlata y dos inquietantes higos azul celeste que parecían vigilarnos. Descubrimos entonces que la abuela vertía cada noche una copita de whisky entre las raíces. Cuando ella murió, también la enterramos allí y añadimos al whisky un chupito de anís.

  Las chispas descontroladas empezaron en Samhain, cuando surgieron dos furibundos higos amarillos junto a los azules. Tuvimos que suspender el riego alcohólico, remojar las ramas con limonada y atarlas para que no se estrangularan entre sí.

 

 

Relato presentado a la sexta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2025, inspirado en las FOBIAS (https://estanochetecuento.com/savia-irlandesa/ )