
Mala suerte el accidente: la máquina hambrienta, su
concentración nublada por la nostalgia y la emoción a tan pocas semanas de regresar
a su patria. Demasiados años allí soportando teorías sobre el poder, la pureza,
el orgullo de la sangre. Sobre la raza.
Aprieta los párpados en un intento de contener la insufrible
cadencia de sus lágrimas al compás del gotero y se ve a sí mismo en una loca
imagen de transformación: su ondulado pelo negro volviéndose lacio y rubio, sus
ojos castaños aguándose en un azul frío, su piel tostada tornándose lechosa.
No ve en los tubos que cruzan su antebrazo la generosidad
del que le ha regalado vida: sólo aquel líquido denso y granate violando sus
venas.
Respira hondo. Debe reencontrarse, despojarse de la costra
que ha sido su máscara para sobrevivir, renunciar al odio absurdo. Él no era
así. Aguantará hasta volver, besar su tierra, ver a los suyos.
Mira el codo huérfano. Se rebela ante la idea de que el
miembro cercenado quede atrás con aquellos que despreciaron tantas veces su
saludo, su caricia, su palma tendida, sus dedos hábiles.
Suspira. El goteo continúa, lento, viscoso. Quizá sea la
compensación que exige el universo.
Relato presentado al sexto bimestre dedicado a los migrantes en el blog Esta Noche Te Cuento (http://estanochetecuento.com/04-la-transfusion/)