Consumismo
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba
empezando a olvidar el nombre de las cosas: su cerebro no hallaba palabra que
definiera aquella montaña de aparatos tecnológicos idénticos a los que acababa
de ver en el escaparate de una tienda. Cerró la tapa para asegurarse de que no
estaba husmeando en una propiedad
privada en vez de en la basura, pero no era así. Decidió seguir su camino y
buscar otro donde hubiera deshechos de gente coherente.
Técnica del avestruz
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba
empezando a olvidar el nombre de las cosas, así que lo cerró rápidamente en un
intento de ignorar su posible Alzheimer: era un lujo que no se podía permitir.
Reseteo
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba
empezando a olvidar el nombre de las cosas: recordaba que, cuando la veía en
carnes ajenas,
llamaba de otra manera a
su reciente marginalidad. También le sonaba que existían otras palabras, en
tiempos más felices, con las que denominaba el reciclaje de alimentos al que
ahora se dedicaba. Sospechaba, además, que muchas de las posesiones que había
tenido, ya no tendrían cabida nunca más en su vocabulario. Y fue entonces
cuando, sintiéndose reubicado por fin y liberado del lastre de los prejuicios,
flotó por las aceras contagiando sonrisas.
Memorias
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba
empezando a olvidar el nombre de las cosas, así que decidió meterse dentro hasta que recordara todas y cada una
de las que realmente importaban. El
camión de la basura se encargó de espantar sus lagunas mentales y aclarar sus
prioridades definitivamente. Cuando
encontraron su cuerpo, nadie fue capaz de recordar quién era.
Donde la M
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba
empezando a olvidar el nombre de las cosas: aquello no podían ser patatas,
aunque lo parecieran. Ni lo otro, pegado a una especie de esponja circular,
carne, aunque tuviera su color. Y lo verde… ¿lo verde sería lechuga? ¡Ni de
lejos!
Asustado, cerró rápidamente la tapa y decidió no acercarse
nunca más a la basura de aquel restaurante de ¿comida? rápida. Ahora entendía
por qué nadie husmeaba en esos cubos: hacían perder la memoria de lo bueno.
En la frontera
Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba
empezando a olvidar el nombre de las cosas porque no era capaz de calificar
aquel horror de cuerpos apilados como sacos. Con lágrimas que desdibujaban el
espectáculo, el pecho oprimido y la náusea estrangulando la supuesta rudeza de
su autoridad, dio orden de averiguar si quedaba alguien vivo mientras llegaban
los servicios de emergencia. É
l mismo puso manos a la obra. Dejó su mente en
blanco hasta cumplir su misión: después, desgraciadamente,
ya lo recordaría todo.