Zoología de los celos
«Ella era una mariposa iridiscente. La capturé para que revoloteara, feliz e ingenua, a mi lado.
Un día dejó un rastro de babas: mi mariposa se había transformado
en caracol. Se deslizaba grácil sobre una lámina de agua que reflejaba
su belleza, segura de sí misma, elegante y escurridiza. Sospeché que ya
no era mía, que su frescura me era ajena, que los cuernecillos que
agitaba con descaro hacían guiños a los demás: en mi imaginación
escuchaba su risa, dentro de la concha, burlándose de mí. Comencé a
espiar sus desplazamientos, el brillo de sus antenas, la humedad que
siempre parecía desprender. Entonces quise conocer lo que escondía hasta
la última circunvolución de su cáscara.
Y le hice un agujerito, para mirar.
Ella empezó a secarse, poco a poco. Ya no resplandecía en sus
caracoleos, ya no dejaba huellas de plata y cada vez pasaba más tiempo
dentro del caparazón profanado, sin asomarse.
Fue peor: no soportaba no verla, ignorar qué hacía allí dentro.
Pensé en las babosas y en los gusanos, que no necesitan llevar
protecciones en las que refugiarse.
Y decidí coger un martillo, dispuesto a completar su metamorfosis».
Mi primera colaboración en la recién inaugurada sección de microrrelatos de la revista Amanece Metrópolis
.

sábado, 24 de octubre de 2015
miércoles, 21 de octubre de 2015
martes, 6 de octubre de 2015
Despojos
Novato
El puñetero ojo de la cerradura lloraba sangre: algo había
salido mal en el truco de la caja acuchillada con la mujer dentro.
Muggles
El puñetero ojo de la cerradura escupía todas las llaves,
así que Harry recurrió al hechizo ‘Alohomora’ de toda la vida. Su vecina se lo
agradeció igualmente, con su truco para convertir simples magdalenas caseras en
toda una delicia .
Bruja
El puñetero ojo de la cerradura se contraía, la antipática
ventana del cuarto se volvía opaca y las insolentes paredes se engrosaban para
no dejarme ver ni oír lo que hacía mi hermana en su habitación. Cuando salió
triunfante, con una sonrisa en los labios y aquella muñeca tan parecida a mí,
recordé que era mi cumpleaños y me eché a llorar sintiéndome indigna mientras
una bruma rojiza se agitaba satisfecha dentro de la bola de cristal que había
en su mesilla.
Conciencias
El puñetero ojo de la cerradura dejaba pasar el aire frío de
la calle y apagaba las velas, no había otra explicación. Ana temblaba de miedo,
Gloria estaba pálida y descompuesta, y yo trataba de demostrarles que los
espíritus no existían, que Jaime no nos tiraba del pelo desde el otro mundo y
que no podía odiarnos por haberle empujado desde el precipicio porque estaba
muerto. Aunque la flecha de la Ouija
parecía empeñada en llevarme la contraria, contestando sin piedad
preguntas que ni siquiera le habíamos hecho.
Celos
El puñetero ojo de la cerradura apareció morado aquella
mañana, como si alguien le hubiera dado un puñetazo. Papá dijo que los ladrones
habían marcado la casa como fácil de
robar, mamá cogió una bayeta con disolvente y restregó con fuerza, y yo,
furioso, miré el rastro violeta de spray
en las manos de mi hermano: el corazón que había aparecido en el muro del
colegio rodeando el nombre de Laura era del mismo color.
Coartada
─ El puñetero ojo de la cerradura pestañeó: eso fue lo que
me detuvo cuando intenté abrir la
puerta. Antes de atribuirle propiedades mágicas, investigué racionalmente
buscando alguna araña que hubiera
decidido cobijarse en él. Pero no. Mi primera impresión había sido correcta:
tenía unas largas pestañas que enmarcaban un precioso iris verde, con su
correspondiente pupila. Y me observaba: ¡no fui capaz de herir a aquel prodigio
con los dientes de la llave! Esa es la verdadera y única razón, señoría, por la
que esa noche no pude entrar en la casa y, por lo tanto, resulte imposible que
estuviera presente a la hora del crimen.
Relatos presentados a la semana 5 de la IX Edición de Relatos en Cadena. (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )
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