Foto: Ana Fúster |
Versos de verano
Robar una pluma del despacho del padre Nicanor era la
primera prueba. La segunda era conseguir del secreter de María el papel rosado
de carta que siempre le daba por usar en primavera. La tercera, tomar prestado
el atomizador de la abuela para perfumarlo antes, que después se nos corría la
tinta. Se podría decir que la cuarta era soportar aquel aroma intenso sin
marearnos mientras componíamos un poema que convenciera a Don Emilio de que una
tal Blanca Flórez, supuesta amiga de mi
hermana, le seguía amando en la
distancia parapetada en su incurable timidez. El premio era ver cómo esos seres
diminutos, esas letras garrapateadas al desgaire por un falso pulso trémulo de
pasión, le sumían en un trance tan profundo que se olvidaba de nosotros y
nuestras lecciones durante toda la bendita tarde. Y era entonces cuando de
verdad y al abrigo de los macizos de flores del jardín, nos entregábamos al
placer de la más pura poesía.
http://amanecemetropolis.net/versos-de-verano/
Hay lo que puede llegar a inventar una pandilla de chic@s sin ganas de estudiar. precioso Eva, me ha encantado!!
ResponderEliminarBesicos muchos.