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sábado, 18 de abril de 2020

Retales de vida


  Unir otro capítulo a aquella colcha interminable y abigarrada solía serenarme. Ahora vendían cuadrados ya cortados, especiales para patchwork, pero yo solo utilizaba telas que habían acompañado mi existencia, aunque fueran dispares y no conjuntaran.
  Me aliviaba pensar que era el mismo hilo el que cosía un trozo de mi primer vaquero, tan deseado, o del pareo malva, la falda de flores y la camiseta naranja junto a retazos del uniforme gris, frío en invierno, insoportable en verano, que reprimió mi fantasía más allá de la adolescencia.
  El algodón gastado del vestido blanco que llevaba cuando te conocí hacía frontera con la seda azul de la camisa que te pusiste el día de nuestra boda.
  Había pedazos de pana del pantalón de mi padre y paño del abrigo verde de mi madre, siempre guapa y perfecta. Después mi traje negro. Mi gabardina negra. Mi falda negra. Mis blusas negras. Mi poncho marrón.
   Cambié de bobina para añadir los recortes que acababa de hacer: el cuero de tu cazadora favorita, gamuza de los guantes que olían a perfume y lino del pañuelo manchado de carmín.
    Satisfecha, despedacé también la franela de mi pijama y me puse un picardías rojo de satén.


Relato presentado a la tercera convocatoria de Esta Noche te Cuento 2020, inspirada en el vestido y la moda (https://estanochetecuento.com/6-retales-de-vida/ )

viernes, 10 de abril de 2020

Amanece Metrópolis



  
  Maniobras de distracción

  Siempre soñó que mis labios sabían a mar. Lo sé porque a sus ojos era una sirena cantarina que le empujaba a un eterno naufragio. Nunca me lo dijo así, pero solo había que leer  los nudos de su pecho y el ahogo de sus palabras. Como su saliva aliñada con lágrimas hipotecaba la dulzura de cualquier beso, disimulábamos oteando el cielo para descifrar señales de luz y buscar estrellas que nos revelaran alguna senda celeste que pudiéramos recorrer juntos sin amargura. O escrutábamos el océano, por si  la plata de los peces perfilaba para nosotros una ruta salada entre las olas.
   Era ley de vida que algún día cambiara la manera de mirarnos.
   Pero entretanto, nos empeñábamos en devorar cada minuto, cada partícula de sol, cada eco de voz, cada armonía de pensamiento, cada roce fortuito,  cada sombra entrelazada, jugando a construir un mundo furtivo y efímero que nos acogiera. Y sin percatarnos,  ese transcurrir intenso del tiempo, en oleadas de felicidad minúscula, fue la época más hermosa que vivimos.
   Cuando el aire a nuestro alrededor dejó de reverberar, conservamos las manos unidas: teníamos los corazones repletos de ilusión y la mirada madura de los que sobreviven al amor.



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