Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado
estaba gritando algo. Primero me sorprendí y después me sonrojé. Aparté
rápidamente la cámara de la margarita donde copulaban los escarabajos y fingí
hacer una foto de las petunias a contraluz.
De ciencia indecente
Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado
era la peor bacteria con la que me había cruzado jamás: se le notaba en las
mitocondrias. Sin embargo, tenía una pared celular iridiscente que enamoraba a
cualquiera y me hacía soñar cada mañana con maravillosos mundos microscópicos.
Por eso cuando el jefe me apremió sobre los resultados del aislamiento, le dije
que aún no había encontrado nada.
Parte de guerra
Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado
era mi único vínculo con la realidad. Su zumbido y su presencia me confirmaban
que el mundo seguía ahí. Parecía empeñado en atravesarla para libar las
lágrimas que destilaba el único ojo que supuse que me quedaba tras la
deflagración. Me pregunté si tampoco tendría piernas ni brazos. Lo asombroso
era no haber perdido las gafas.
El saltamontes
Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado
parecía amistoso. Levanté la lupa y le miré al natural. Medía no más de dos
centímetros y era de color verde. No entendía sus señas, pero estaba claro que
había salido de mi tazón de cereales. Traté de comunicarme con él chapurreando
inglés, pero fue inútil. Sospeché que habíamos estado equivocados al imaginar a
los extraterrestres como seres altos y humanoides invadiéndonos desde platillos
volantes; era más terrorífica la posibilidad de que poseyeran nuestros cuerpos
sin que fuéramos conscientes, como había estado a punto de pasarme a mí
mientras desayunaba.
Relatos presentados a la semana 33 de la VIII Edición de Relatos en Cadena. (http://escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser/ )