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domingo, 20 de febrero de 2022

Hombrecitos

 

  «Soy una hormiga», musita Jaime con la mejilla contra el suelo. Una hormiga. Pequeña, frágil, perdida e inútil sin el rastro de las compañeras. El brazo retorcido duele, las rodillas desolladas escuecen.

  Escucha las risas, imagina la boca preparada para escupirle: «¡Más alto!»


  Y Jaime aprieta la mandíbula con la fuerza de una hormiga, y piensa en todo el peso que puede levantar y en el ácido que inocula al morder. Y después da una patada que coge desprevenido al Jirafa, se pone en pie y grita: «¡SOY UNA HORMIGA!»,  y le hace la llave que aprendió el viernes en judo y le inmoviliza. Y aparecen hileras negras de todos lados. Miles, millones, uniendo su fuerza descomunal para agujerear la piel lechosa del Jirafa, cubriéndole con una capa viva, negra, brillante, ahogando su furia al inundar su boca, sus oídos, sus ojos. Y Jaime se siente el dios de las hormigas, porque han acudido a su llamada para salvarle. Y, por primera vez, es gigante.

  «Soy una hormiga». Y nota las babas en la nuca y el asco le recorre: por el Jirafa, por sí mismo, por este mundo de mierda donde el pez grande siempre se come al pequeño.

 

Relato presentado a la segunda convocatoria de Esta Noche te Cuento 2022, inspirado en gigantes (https://estanochetecuento.com/11-hombrecitos/

 Y gracias a Raúl Luna por poner voz a mi relato en sus Lecturas del abu  https://go.ivoox.com/rf/87224183

viernes, 4 de febrero de 2022

Amanece Metrópolis

 

Chispazos de imaginación cruda en masa gris escarchada

   Inmersa en su cháchara, la madre era impermeable a los tirones de manga. Por eso se perdió la batalla de las aceitunas, el naufragio de los mejillones y la conquista de los pepinillos.

   El niño miraba al camarero por si era un mago disfrazado haciendo trucos para entretenerle, pero no: su único afán parecía llenar las copas de los mayores. Sin embargo él lo veía claramente, alucinado ante el espectáculo, sin necesidad de una pantalla: los tenedores avanzaban amenazantes entre las copas, las cucharas excavaban tumbas en el mantel y los cuchillos troceaban sin piedad a cualquier aperitivo. Tal era la matanza que la mesa parecía una ensaladilla gigante. Era como un juego sin mandos ni botones, así que decidió usar las manos para participar. Cogió una cuchara y la convirtió en catapulta para poner a salvo a las aceitunas dentro del cenicero. Después, defendió con un cuchillo  los mejillones que quedaban flotando en el escabeche de un tenedor lleno de dientes que parecía un tiburón. Se fue animando, se ató una servilleta en la cabeza y, como un pirata de verdad, avanzó hacia la bandeja de pepinillos a la deriva dando mandobles a diestro y siniestro.

  La mala fortuna hizo que una de las copas cayera derramando su contenido sobre la falda de la tía Puri. Entonces su madre gritó y, regañándole por no estarse quieto, sacó el móvil del bolso para que se entretuviera jugando. Como un niño bueno.

 

 

https://amanecemetropolis.net/chispazos-de-imaginacion-cruda-en-masa-gris-escarchada/