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viernes, 28 de abril de 2023

Amanece metrópolis


 Almas esteparias

  No, no le gustaba dar besos. Ni abrazos. A veces, hasta gruñía si alguien se acercaba demasiado. Sobrevivió de algún modo al instituto, a las comidas familiares y a las reuniones de trabajo cuando consiguió uno. Era eficiente y productiva si nadie se metía con ella, así que todos se acostumbraron a dejarla en paz.

  Tampoco le importaba en absoluto que la llamaran cardo borriquero: había visto en internet que eran unas plantas preciosas de flores moradas con interesantes propiedades. De hecho, se inspiró en ellos para teñirse el pelo de violeta y moldear estrafalarias crestas con gomina, cada mañana, sobre su cabeza. También comenzó a usar pulseras con pinchos de metal y hasta un collar de perro para el cuello de similar hechura. Sus colores favoritos para vestir eran el verde agua y el beige cáñamo seco, según la estación,  y no desdeñaba flecos e incluso enganchones y desgastes estratégicos en su ropa.

  Una tarde, mientras paseaba por su descampado favorito, divisó a lo lejos a un desconocido con un gorro rojo y negro que caminaba cabizbajo y con aire somnoliento entre las espigas. Sus senderos se iban a entrecruzar irremediablemente, pero en vez de apartarse campo a través, siguió adelante, curiosa, atraída por aquel muchacho que parecía una amapola mustia. Cuando llegó a su altura, él levantó la mirada sorprendido y se ruborizó. De algún modo se reconocieron el uno en el otro y se saludaron tímidamente, con un gesto, antes de continuar su paseo. Desde entonces, a diario y a la misma hora, ambos siguieron coincidiendo en aquel paraje árido, sin darse plantón ni una sola vez. Un día, el chico amapola cambió el sentido de su marcha y la acompañó durante un rato sin decir palabra. Otro día fue ella la que recorrió la senda inversa a su lado. Cuando se acostumbraron a estar el uno con el otro se presentaron formalmente. Al cabo de dos meses se cogían de la mano para avanzar juntos por el mismo camino, ella con miedo a desgarrar aquella relación, él con terror a aburrirla hasta el sopor con su presencia. 

  El sábado de la gran tormenta no encontraron ningún sitio donde refugiarse. El agua desmoronó todas las púas de la cabeza de ella y el viento arrancó el sempiterno gorrito de la de él. Sus ropas caladas adquirieron el mismo tono y se abrazaron para protegerse junto a una roca, ella deseosa de dormir con él, él deseando sentir en su piel el roce de las espinas de ella. Cuando escampó, apenas quedaba nada de sus máscaras respectivas. Se miraron a los ojos y comprendieron que, después de haber compartido aquellos momentos de intimidad y relativa desnudez, ya nada podría separarlos.

 

https://amanecemetropolis.net/?p=56511

 

 

viernes, 14 de abril de 2023

Paraísos

   Esa mañana, tras la noche interminable en la que el  mar quiso tragarse la tierra, una muchedumbre curiosa atestaba la playa donde miles y miles de estrellas agonizaban asfixiadas por el aire y el sol, arrancadas del lecho marino, golpeadas por rocas y olas, expuestas sin remedio en una trágica alfombra, como un  cielo macabro desplomado o el cuadro de un dios caprichoso empeñado en volver el mundo del revés.

  

    Enanas, gigantes, marrones y rojas: incluso destinadas a pudrirse entre nubes de moscas, eran hermosas. O eso pensó Manuel, que entonces era un niño de alma maleable e imaginación efervescente. Al morir la abuela Leonor, todos insistieron en que había ido al cielo; pero afirmaron exactamente lo mismo de su padre cuando el pesquero en el que faenaba fue engullido por la galerna. Aquello desdibujó para siempre el horizonte en su cerebro tierno y comenzó a confundir buzos con astronautas, el azul índigo del cielo con el cobalto del océano y el frío gélido del abismo con el glacial del universo.

   Por eso, setenta años después, cuando su Mariola se cansó de respirar, encontraron la cachava de Manuel clavada en la orilla y unas huellas dirigiéndose hacia lo más profundo.

 

                                                                                                                                                  (A MMM


Relato presentado a la tercera convocatoria de Esta Noche te Cuento 2023, inspirado en Sic itur ad astra de Virgilio (https://estanochetecuento.com/paraisos/)