Más allá del ventanal, una lluvia de poliedros rasga la
realidad mientras la noche absorbe la luz de las ilusiones.
Intento contorsionar la mente para mantener la charla. Duele
el papel, duele interpretarlo, duele el sinsentido de la necesidad. Gritan las
cicatrices: las visibles, que atraviesan mi pecho y descienden como una medusa,
y las otras, las oscuras que, cerrando en falso mi abdomen, suturaron mi
feminidad.
Aunque esperado, no deja de paralizarme ese brillo peligroso
en su mirada que suplica reventar botones y cremalleras. Ése hambre de piel que
comparto, esa sed de caricias mutuas. Y tiemblo.
No sé qué eufemismo utilizar, qué cruda verdad escoger. La inseguridad estrangula mi garganta como una gelatina espesa. Me atrinchero en el abrigo. Invento
excusas para huir.
Se sorprende. Se entristece. Yo también.
Como último recurso, atrapa mi índice para guiarlo suavemente
por los desconocidos queloides de su muñeca. No puedo evitar restañarlos con
besos de sal.
Se derrite el miedo, se esfuman tabúes. Se deslizan nuestras
prendas al suelo. Apago los ojos y permito que dibuje dragones dorados sobre las grietas rosas
de mi cuerpo roto.
A través del cristal de mis lágrimas de alivio, estallan las
aristas de los poliedros.
Relato presentado a la quinta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2019, inspirada en el color rosa (https://estanochetecuento.com/kintsugi/)