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sábado, 26 de septiembre de 2020

Fotopigmentos

    Parecía magia y los expertos, atónitos, no sabían si atribuirlo a tecnologías holográficas o a un efecto óptico. Y es que mis cuadros eran diferentes. Expuestos al sol, mis bosques y plantas crecían y florecían hasta parecer junglas y perderse más allá del marco.

  Por fin había conseguido la fama, tan deseada, y pude cambiar por un amplio y luminoso estudio el oscuro desván en el que había estado a punto de ahorcarme.  Cegado por el brillo del éxito, caí en la ambición.

  Comencé a experimentar mi técnica secreta, con la que lograba que en mis verdes persistieran las propiedades de la clorofila, con otros colores. Trabajé en un amarillo que, utilizado en soles y lumbres, calentaba cualquier estancia. Conseguí un azul imposible que se evaporaba a la luz: de mis mares surgían nubes de convección, mis cielos se volvían grises y descargaban lluvia sobre los paisajes.

   Pero con el rojo todo se complicó. Los atardeceres acababan fundiendo la imagen en negro, las fresas se pudrían, fluía la sangre dando vida a los personajes. Se escuchaban  latidos de corazón.

   Durante el solsticio de verano, animales y humanos  escaparon de los lienzos y empezaron a crearme serios problemas con los marchantes.

 


 Relato presentado a la sexta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2020, inspirada en  la luz (https://estanochetecuento.com/08-fotopigmentos/)

viernes, 11 de septiembre de 2020

Flotabilidad

 

 

   No, no te lo dije. Pero claro que me di cuenta. Era la evolución normal, nadie hubiera resistido lo contrario. Imagínate un sol despiadado que acabara quemándolo todo, agostando la frescura, convirtiendo en desierto árido cualquier vergel, en espina cualquier hoja.

   No te lo dije, pero vi y sentí espongificarse la intensidad. Se fue llenando de huecos, redondos y pequeños como burbujas. No era malo. Como no lo es que las nubes tamicen la luz del sol para hacerla soportable, para poder disfrutar de su calor sin morir achicharrado. Piensa en una piedra pómez que frotas para suavizar y eliminar la piel muerta . Agradable, deseable, llevadera.

   ¿Debía decírtelo? ¿Acaso  no eras consciente del recorte de minutos, del declive de besos, de la escasez de abrazos?  Tú también fuiste cediendo a la comodidad, a la tentación de regresar al espacio propio. Lo importante era  conservar la estructura, aunque se hiciera ligera como un corcho que sirve de salvavidas. Pero no supimos detectar ese equilibrio ideal.

   Sucedió que no vimos entrar a la carcoma de la rutina, que la liviandad se transformó en podredumbre y los espacios se hicieron universos. Que el maldito corcho se desmigajó sin percatarnos, que nuestro mundo común se había apolillado hasta el punto de no resistir ni un soplo de adversidad.

   Entonces sí te lo dije, sí nos lo dijimos. Alto y fuerte. Demasiado.  Sacudiéndonos la culpa para mojar al otro, como perros al salir de un baño de realidad. Incapaces ya de buscar un rayo de luz y calor que nos secara, que restaurase mínimamente  la sombra de lo que habíamos tenido. Agotados de no haber luchado. Incapaces de mirarnos. Con los ojos ateridos, buscando la salida en horizontes desconocidos. Con los sentidos sedientos de una nueva intensidad en la que derretirnos otra vez. Con la nostalgia y la certeza de que  no la volveríamos a encontrar en ese nosotros hundido que ya no existía.

 

 

 

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